miércoles, 16 de febrero de 2011

Precipicios.

En lo alto de la montaña,
donde se construyen estrellas y viñas,
y la brisa sopla tímida y descontrolada a la vez,
pienso en el absurdo de éste nuevo día,
en el calor de la memoria que alimenta los sentidos,
dejándote temeroso,
y también en ciertos momentos, hasta liberado.

Cumbres,
mágicas espinas terrenales,
de relámpagos de hielo
e infiernos tardíos que sustentan éste dolor insistente,
siento conmovido tus gritos sin eco,
queriendo abrazarme,
queriendo salvarme,
queriendo llevarme hacia lo lejos,
para así volar más alto,
hasta esfumarme en tu inmensidad glaseada y tectónica.

Blanca, perpetua,
preparas mi refugio en el silencio ancestral que propician tus brazos,
intentando ilusionar,
intentando acariciar lo que aparentemente ya habías perdido,
purificar el sacrificio de otros,
y alimentar el dolor de tu paciente agonía.

¿Y qué más da ahora?
¿A quién le importan tanta belleza,
cuando múltiples llagas cubren nuestros ojos con lágrimas hechas de sal y tormento?
¿A quién le importa tu presencia,
cuando te invitan a caer hacia el vacío perplejo sin que tu voz te sirva de amparo?

Quisiera desaparecer en tus llanos,
de roja vid-a estacionaria,
de curvas inconexas,
claramente aborrecidas en la insolente altura de tu delirio,
para poder respirarte en lejanía,
con el único fin de ver tu sombra entre las grietas,
y reescribirte en los témpanos que cegaron nuestra historia,
tensionando la realidad pragmática de la que somos objeto,
y situarnos del otro lado del paisaje,
en lo alto de la montaña,
donde sólo se vislumbran estrellas y viñas,
y ya nada de nosotros importa.

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